Sunday, December 26, 2010
Caprichoso, azaroso, sacado de un sombrero. Los Teques, quién sabe qué año. Quizás algo como 2005. El leitmotiv, Bésame Mucho. La mente maestra Vero. Los entusiastas colaboradores que nunca preguntaron por qué: Cath y Julian. El caracol en la palma de la mano: yo. Quienquiera que haya tomado esta foto no es un genio. Es la fotografía en lo más simbiótico. Roba el recuerdo para conservarlo. Conceptos posibles: obvios. Los golpes: reales.
Sunday, December 05, 2010
Saturday, November 27, 2010
Friday, October 01, 2010
Lupe's Dogs from Terry Richardson on Vimeo.
Thursday, September 30, 2010
entrevistas a la pichot
¿Es posible que veamos a la Loca de Mierda tortillear aunque sea temporalmente?
Jajajaja ¿es posible que te vea con una pija en la boca temporalmente? Lamentablemente para mi base fan tortilleril, cuando escribo hablo de temas que me sacan de quicio, que no me dejan dormir, que me dan bronca. Mi sexualidad -por ahora- no me preocupa, los hombres me parecen lo más. Sí sí sí ok, si aparece otra malena pichot me la re chapo.
Jajajaja ¿es posible que te vea con una pija en la boca temporalmente? Lamentablemente para mi base fan tortilleril, cuando escribo hablo de temas que me sacan de quicio, que no me dejan dormir, que me dan bronca. Mi sexualidad -por ahora- no me preocupa, los hombres me parecen lo más. Sí sí sí ok, si aparece otra malena pichot me la re chapo.
Tuesday, September 28, 2010
Excepción de la regla
Fue como si siempre hubieras estado ahí. Como si simplemente se tratara de un descuido mío. Como si hubieras nacido aprendida. No entendí si yo estaba acurrucado entre tus brazos o tú entre los míos. Constituíamos una arquitectura confusa pero perfecta, como un diseño de Piranesi. Casi tan indescifrable como tu edad. Me lleva de nuevo a aquella noche en el litoral, cuando mis pies perdieron el suelo y el cielo y comencé a dar vueltas en suspensión. Tu cuerpo y tu cara y tu piel eran de niña pero ocupabas todo el lugar en forma y en fondo. Te hiciste corpórea, breve, frágil y contundente como una mosca. Tus cientos de ojos reflejaron la luz en todas las direcciones y crearon un mosaico en las distantes paredes, el alto techo, la lámpara de lágrimas. Me hiciste ver esa antigua habitación por primera vez. Olías a la madera original de la que estaban hechos los polvorientos cajones en los que escondí todo lo inacabado. Madera viva delimitando la propiedad privada de mis contradicciones. Todo habría tenido el sabor de una terrible blasfemia si no hubiera sido porque el comunicativo Buñuel de detrás de las cámaras y el tiempo no me hubiera hecho entender que no existe tal cosa. Después de todo no había mala intención en ti. Quizás no había ninguna intención. Quizás no habías sido precisamente tú quien escogió aquella habitación como recinto sagrado. Quizás los lugares nos eligen a nosotros, igual que los temas de conversación. Ahí estábamos jugando a las crías del alacrán. Al alacrán acorralado en el círculo de fuego. Viniste sucia y herida y estoy seguro que nunca te viste más hermosa. Viniste cruda, las fosas nasales llenas de placenta. No sabría decir si se te caía la ropa o se te caía la piel. Belleza precaria, jamás me pediste halagos, tú que ibas a ser la única que entendería mis palabras como tales. Eras amable e invisible. Fuiste la causante de que los demás vieran por primera vez mi locura en los únicos instantes en los que yo me sentí lúcido. Distendiste el tiempo sólo para agarrar pista y hacer caso omiso de mi peso. Entonces abandonamos el refugio para que yo pudiera ver tus estragos. Ahí estaba yo con ese ser diabólico, alado y lunar, bajando por un ascensor lento y a oscuras. Una luz débil, conveniente y cinematográfica que venía de ninguna parte, estaba preparada para hacer brillar la misteriosa sustancia que emanó de ti. Escandalosamente te encorvaste para ver lo que se te había derramado. Recogiste con tus manos lo que bajaba por las paredes de tus muslos y lo dejaste recorrer también tus brazos, como quien se baña en la sangre de alguien que quiere y que ahora ha muerto de forma violenta. Pero en esta caja que nos amparaba de la luz y de la gravedad de las personas sensatas nadie sangraba. Eras fuente de una sustancia fría y transparente y tus pies creaban chasquidos y aros concéntricos en el suelo. Nunca me miraste. Sólo admitiste que esto podía haber ocurrido cuando me hiciste creer que fue idea mía, que yo hubiera querido que ocurriera.
Saturday, September 25, 2010
Diario de a bordo
Vamos a poner orden. Sí, orden. Cuando uno va a obligarse a hacer algo con determinación habla en plural, para tener un sentido del orgullo y la vergüenza. Por necesidad de un espejo digo que “vamos” a poner orden. La realidad se me ofrece, se me regala, aunque yo esté pensando en otra. Aunque yo esté pensando en otra he de tomarla. Postergar todo, todo menos esto. Una crónica es un agradecimiento. Las idas tienen su valor, pero luego se vuelven la medida de la vuelta, de las vueltas. Estoy aquí porque estuve allá. Una, dos, tres veces, por ahora. La cuestión es que me envuelve entonces un silencio que va más allá de lo que yo pedí. Un silencio de apartamento sin muebles (que tú debes conocer muy bien). Que la búsqueda de la pared blanca siempre me pide un grafiti. Que allá, en todos los allá, no hay sombras que calcar en las paredes. Que aquí, en la vuelta, en el aro dorado que tensa el arco, es un Calipso nublado y es mi medio. Antes de pasearme por las notas de ayer y que me distraigan del presente escribo hoy una suerte de introducción. Después de poner los pies sobre la tierra, con el cuerpo todavía tambaleándose por dentro, escribo en el espejo empañado de mi baño con los dedos: Diario de a bordo.
I.
Anoche (esa noche) me atormentaba el sapo. Nunca lo vi (habría preferido verlo). Solamente lo escuché y lo sentí cuando se posó brevemente sobre mi cabeza. Después de eso ya no pude volver a estar tranquilo hasta que salió el sol. Esa ingenua seguridad que nos hace sentir el sol. Como si el sapo supiera que yo no puedo ver en la oscuridad. Quizás el sapo era uno de esos duendes y el sol lo convertiría en piedra si lo sorprendía por ahí. El tormento comenzó temprano, a eso de las 10 de la noche, cuando mi abuela estuvo tosiendo. Yo estaba en el mismo cuarto que ella, mientras los demás veían la televisión afuera. Así que ellos sólo escucharon la tos. Pero entre una tos y otra yo lo escuché croar claramente. Me preguntaba si era mi imaginación pero cinco minutos después volvió a ocurrir. No quise dar la señal de alarma. Temía la reacción de él. Represalias. Una lección para mi cobardía. No lo sé. Desde el principio le atribuí inteligencia a ese sapo. Antes de acostarme había estado leyendo en los diarios de Robert Musil unas anotaciones para un cuento o novela corta sobre espantos y aparecidos. Enumeraba una larga serie de manifestaciones sobrenaturales en una casa y yo pensaba que iba a tener pesadillas inevitablemente (con todo ese material en bruto ahí al alcance de mi inconsciente). Ahora pienso que de no haber sido por el sapo el terror habría sido peor, verdadero. No habría sabido a qué atribuir esos dos dedos en mi cabeza. ¿Dije dedos? Quise decir patitas.
II.
Hay una toalla de un color que aunque no es exacto me hace pensar en la maravillosa imagen posterior a una sesión sadomasoquista de la modelo-actriz-sujeto-objeto con el pelo mojado, el maquillaje corrido, una teta asomada entre la bata (ahí el color del recuerdo) y una gran sonrisa. Me miro en el espejo y pienso: SAIGON. Nunca me veo así en la calle, nunca me veo así en las fotos. Nunca me veo así entre la gente. ¿Adónde se me va toda la fuerza, adónde se me va toda la vida, esto que veo en mis ojos? Entro en el baño de esta casa con su tragaluz. Es maravilloso el efecto que produce. Quiero tener siempre un tragaluz. Pienso en esa modelo-actriz-sujeto-objeto y quisiera dibujarla o fotografiarla aquí (allá) bajo esta luz y a esta temperatura. Parte de un ritual deportivo, taurino, en largas y agotadoras sesiones. No darlo nunca por terminado, postergación indefinida e indecisa. Sólo después de la deshidratación, con la sangre redistribuida de una manera completamente distinta por los rincones del cuerpo, entonces sí, casi sin hablar el qué y el cómo adecuados para poner manos a la obra.
I.
Anoche (esa noche) me atormentaba el sapo. Nunca lo vi (habría preferido verlo). Solamente lo escuché y lo sentí cuando se posó brevemente sobre mi cabeza. Después de eso ya no pude volver a estar tranquilo hasta que salió el sol. Esa ingenua seguridad que nos hace sentir el sol. Como si el sapo supiera que yo no puedo ver en la oscuridad. Quizás el sapo era uno de esos duendes y el sol lo convertiría en piedra si lo sorprendía por ahí. El tormento comenzó temprano, a eso de las 10 de la noche, cuando mi abuela estuvo tosiendo. Yo estaba en el mismo cuarto que ella, mientras los demás veían la televisión afuera. Así que ellos sólo escucharon la tos. Pero entre una tos y otra yo lo escuché croar claramente. Me preguntaba si era mi imaginación pero cinco minutos después volvió a ocurrir. No quise dar la señal de alarma. Temía la reacción de él. Represalias. Una lección para mi cobardía. No lo sé. Desde el principio le atribuí inteligencia a ese sapo. Antes de acostarme había estado leyendo en los diarios de Robert Musil unas anotaciones para un cuento o novela corta sobre espantos y aparecidos. Enumeraba una larga serie de manifestaciones sobrenaturales en una casa y yo pensaba que iba a tener pesadillas inevitablemente (con todo ese material en bruto ahí al alcance de mi inconsciente). Ahora pienso que de no haber sido por el sapo el terror habría sido peor, verdadero. No habría sabido a qué atribuir esos dos dedos en mi cabeza. ¿Dije dedos? Quise decir patitas.
II.
Hay una toalla de un color que aunque no es exacto me hace pensar en la maravillosa imagen posterior a una sesión sadomasoquista de la modelo-actriz-sujeto-objeto con el pelo mojado, el maquillaje corrido, una teta asomada entre la bata (ahí el color del recuerdo) y una gran sonrisa. Me miro en el espejo y pienso: SAIGON. Nunca me veo así en la calle, nunca me veo así en las fotos. Nunca me veo así entre la gente. ¿Adónde se me va toda la fuerza, adónde se me va toda la vida, esto que veo en mis ojos? Entro en el baño de esta casa con su tragaluz. Es maravilloso el efecto que produce. Quiero tener siempre un tragaluz. Pienso en esa modelo-actriz-sujeto-objeto y quisiera dibujarla o fotografiarla aquí (allá) bajo esta luz y a esta temperatura. Parte de un ritual deportivo, taurino, en largas y agotadoras sesiones. No darlo nunca por terminado, postergación indefinida e indecisa. Sólo después de la deshidratación, con la sangre redistribuida de una manera completamente distinta por los rincones del cuerpo, entonces sí, casi sin hablar el qué y el cómo adecuados para poner manos a la obra.