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Tuesday, September 28, 2010

Excepción de la regla

Fue como si siempre hubieras estado ahí. Como si simplemente se tratara de un descuido mío. Como si hubieras nacido aprendida. No entendí si yo estaba acurrucado entre tus brazos o tú entre los míos. Constituíamos una arquitectura confusa pero perfecta, como un diseño de Piranesi. Casi tan indescifrable como tu edad. Me lleva de nuevo a aquella noche en el litoral, cuando mis pies perdieron el suelo y el cielo y comencé a dar vueltas en suspensión. Tu cuerpo y tu cara y tu piel eran de niña pero ocupabas todo el lugar en forma y en fondo. Te hiciste corpórea, breve, frágil y contundente como una mosca. Tus cientos de ojos reflejaron la luz en todas las direcciones y crearon un mosaico en las distantes paredes, el alto techo, la lámpara de lágrimas. Me hiciste ver esa antigua habitación por primera vez. Olías a la madera original de la que estaban hechos los polvorientos cajones en los que escondí todo lo inacabado. Madera viva delimitando la propiedad privada de mis contradicciones. Todo habría tenido el sabor de una terrible blasfemia si no hubiera sido porque el comunicativo Buñuel de detrás de las cámaras y el tiempo no me hubiera hecho entender que no existe tal cosa. Después de todo no había mala intención en ti. Quizás no había ninguna intención. Quizás no habías sido precisamente tú quien escogió aquella habitación como recinto sagrado. Quizás los lugares nos eligen a nosotros, igual que los temas de conversación. Ahí estábamos jugando a las crías del alacrán. Al alacrán acorralado en el círculo de fuego. Viniste sucia y herida y estoy seguro que nunca te viste más hermosa. Viniste cruda, las fosas nasales llenas de placenta. No sabría decir si se te caía la ropa o se te caía la piel. Belleza precaria, jamás me pediste halagos, tú que ibas a ser la única que entendería mis palabras como tales. Eras amable e invisible. Fuiste la causante de que los demás vieran por primera vez mi locura en los únicos instantes en los que yo me sentí lúcido. Distendiste el tiempo sólo para agarrar pista y hacer caso omiso de mi peso. Entonces abandonamos el refugio para que yo pudiera ver tus estragos. Ahí estaba yo con ese ser diabólico, alado y lunar, bajando por un ascensor lento y a oscuras. Una luz débil, conveniente y cinematográfica que venía de ninguna parte, estaba preparada para hacer brillar la misteriosa sustancia que emanó de ti. Escandalosamente te encorvaste para ver lo que se te había derramado. Recogiste con tus manos lo que bajaba por las paredes de tus muslos y lo dejaste recorrer también tus brazos, como quien se baña en la sangre de alguien que quiere y que ahora ha muerto de forma violenta. Pero en esta caja que nos amparaba de la luz y de la gravedad de las personas sensatas nadie sangraba. Eras fuente de una sustancia fría y transparente y tus pies creaban chasquidos y aros concéntricos en el suelo. Nunca me miraste. Sólo admitiste que esto podía haber ocurrido cuando me hiciste creer que fue idea mía, que yo hubiera querido que ocurriera.

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