t.n.p.m.e.l.o.

El mar, las olas del mar.
El mar, las olas del mar. Tu llegada. Mi llegada.
Llego y me siento nada. Hay un montón de gente, un montón de generadores. Un montón de miradas generadoras. Nadie me mira pero siento todos los ojos sobre mí. Pero mientras más ojos siento, me siento más nada. Te busco con la mirada, disimuladamente. No me das tiempo. Tú vienes a mí con ese color de tu piel. Luminosa. Me tomas del brazo. ¿Por qué eres así? ¿Para qué eres así? Chas. Siento que existo. Estoy ahí, pero flotando. Abandono mi nombre y mi característica de piedra, de roca. Espíritu en erupción. Destrucción momentánea de los templos de madera y piedra. Absoluta verdad de María Magdalena. Me llevas al bautizo. En este rito que estás fundando, en esta liturgia, debes bautizarme todos los días. Las impurezas del más acá rápidamente toman posesión de mí, si te vas. Tenemos que hablar, con miradas y apretones, de la conveniencia de esto. Te despojas de lo que sobra, me invitas a hacer lo mismo, me empujas diciendo: "No seas tímido." Estamos dirigiendo dos películas muy distintas con el mismo guión. Me bautizas, me tocas, quiero abandonarme por completo. Aparece tu cuerpo, aparece tu cuerpo, aparece tu cuerpo, aparece tu cuerpo. Bebemos del mismo vaso y sé que me vas a arrastrar cada vez al agua y al reflejo cegador del sol en ella. Hacia el vidrio opaco que nos traga para que nadie nos pueda volver a ver. Como una sirena. Sólo la mirada de un niño atraviesa ese velo y además vive para contarlo. Como Peter Pan hablando con las sirenas. Como Peter Pan cansado del cielo y las nubes arriba. Como Peter Pan lanzándose contra el reflejo en lo más profundo del mar. Voluntariamente. Voluntad de inmersión, de naufragio, fuera luces. Ya no sabes dónde es arriba y abajo. Ya no entiendes cuándo estás en tu breve pausa para salir a respirar como un cachalote. Y dices con una maravillosa palabra que una nube que miramos, sobre la cual llamo tu atención, es la manifestación de esto. Y precisamente esto, no sé qué pudiera ser, pero al menos ya sé que se ve como una pequeña y ligera nube que ha abandonado el rebaño. La mirada del niño entendía todo sin necesidad de palabras y mucho menos de alegorías. Más cerca, más cerca, hasta que mi cara entrara en tu boca. Tú ya me habías cubierto, me habías puesto el color y el traje para la guerra florida, para el sacrificio ritual. Después del contacto con tus manos, después de esa energía, estaba listo para ser arrojado al volcán. Tú me habías preparado, tú me habías entregado a ellos, sólo tú sabrías dónde encontrarme después, sólo tú me reconocerías del otro lado. Y sí, en un momento dudé, no sabía si existías, no sabía a quién le estaba hablando, ante qué poderes ocultos me estaba confesando, a quién o quienes me estaba entregando. Tomé aire y me zambullí. ¿Qué otra cosa iba a hacer? Todas, todas nuestras conversaciones son interrumpidas apenas se acercan a alcanzar una verdad que podamos sostener entre las manos, que nos podamos llevar en los bolsillos, bajo la ropa, entre las páginas de un cuaderno. Apenas alcanzamos esta vez a robarle una insignificancia a la caprichosa creación del mar. Te obsequié, una, dos veces. A mí me quedó un peso y una cicatriz. Un libro en el que me gustaría poder adivinar el olor de tu pelo. Tu textura de delfín, el sabor del mar. El movimiento del mar, las olas del mar, invadiendo mi cuerpo cuando trataba de asimilar el sueño, demasiado ocupado en asimilar tu ausencia. Tus piernas sosteniéndome y yo sosteniéndolas a ellas. Todo eso, todo esto, se salió del tiempo, se salió de bajo la mesa y me perseguirá. El mar, y las olas del mar, empujándome al movimiento correcto, en la dirección correcta, y yo siempre más prudente, más cobarde que él. Sombras del verano del amor. Hoy. Sombras dulces. Demasiada electricidad lenta, demasiadas caras de una sola luz.
El mar, las olas del mar.