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Sunday, November 23, 2008

Prometeo Encadenado, Esquilo




IO

No sé cómo negarme a vuestro ruego,
y, así, con sencillez vais a escucharme
todo cuanto queráis, aunque me siento
avergonzada de contaros cómo
sobre mí se abatió aquella tormenta
causada por un dios, mi metamórfosis.
De continuo nocturnas pesadillas
visitaban mi cuarto de doncella
y así me aconsejaban dulcemente:
"Muchacha afortunada, ¿a qué conservas
tu doncellez durante tanto tiempo,
si puedes alcanzar ilustres bodas?
Zeus se siente inflamado del deseo
de tu beldad, y quisiera contigo
honrar a Cipris. No rechaces, hija,
de Zeus el lecho, no. Vete hacia el prado
de Lema, de alta hierba, a las dehesas
y al establo que allí tiene tu padre,
y que el ojo de Zeus calme sus ansias."
Y así, noche tras noche, desgraciada,
tenía tales sueños, hasta que
me atreví a relatarlos a mi padre.
A Pitó y Dodona entonces manda,
uno tras otro, muchos mensajeros
para pedir al dios qué es lo que debe
decir o hacer para ser grato al Cielo.
Mas regresaban siempre con oráculos
cambiantes y oscuros, enigmáticos.
Llegó, por fin, a Inaco una respuesta
clara que le indicaba, y con detalles,
que debía expulsarme de mi casa
y de mi patria, para que, ya libre,
hasta el fin de la tierra fuera errante,
si no quería ver el rayo ardiente
que envía Zeus, caer sobre su casa
y aniquilar su estirpe. Obedeciendo
de Loxias los oráculos, me expulsa,
y, contra mi deseo y contra el suyo,
las puertas me cerró, mas le obligaba
de Zeus el freno a obrar de esta manera,
por la fuerza. Y, al punto, mi figura,
y mi espíritu cambian, y, cornuda,
tal como veis, mordida por tábano
de agudo diente, en delirante salto,
a la bella corriente del Cernea
voy, y a la fuente Lerna. Allí un boyero,
Argos, hijo de Gaya, me vigila
en su humor implacable, y, con mil ojos,
va siguiendo mis pasos. De improviso
inesperada muerte le arrebata
la vida, y yo, azuzada por el tábano,
bajo los golpes de divino azote,
de tierra en tierra voy, a la carrera.
Ya escuchaste mi caso. Y si te queda
por añadir a mis desgracias algo,
dímelo ya. Y no quieras confortarme
por compasión, con voces engañosas.
Que no hay peste peor, te lo aseguro,
que un discurso cargado de aderezos.

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