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Monday, October 05, 2009

El beneficio de la duda. (No hables como escribes)

A propósito de la inauguración de 365 de Julian Higuerey en Oficina #1.
Una serie de consideraciones modernas, una confesión de un amigo a otro, un intento de crítica, un intento de reseña, una serie de declaraciones irresponsables, una carta abierta y cualquier otra cosa.
Una serie de cosas que entendí y agradezco.

Allow me to fictionalize.


“La realidad es caótica, la ficción no puede serlo.”- le escuché decir a Rafael Marziano. Y yo creo que podemos extrapolar, ampliar este concepto aplicándolo al arte. El hombre tiene la necesidad de ordenarlo todo, de entender un relato en todo lo que ve. Sospecho que ese es origen de aquello que ha sido llamado Humanidad. El hombre, en su doble condición de dotado y condenado, enamorado de sus debilidades, se ha inventado un ideal, una utopía.


La inauguración de 365 es donde y cuando, lugar y momento en el que se pueden apreciar en su verdadera expresión los hallazgos y logros de este, su experimento, en el que tiró de las cuerdas halándonos (y ahí me incluyo) a su ilusión de orden y control. Así nos devolvemos a la noción de ficción. Crear un orden, un relato, un discurso, es siempre ficcionalizar y es aquí donde hay que asumir la falla trágica en la pretensión de realidad, de objetividad del documental como género y del documento como objeto imposible. Hay una película en la que se ponen en evidencia las delicadas e imprecisas fronteras entre realidad y ficción. Me refiero a Big Fish, de Tim Burton. Aunque no es mi favorita, ni se acerca, siempre me atrapó y fascinó cómo en el funeral de Edward Bloom aparecen a un mismo tiempo disminuidos y engrandecidos por la realidad, los personajes de las fábulas que él mismo construyó alrededor de su vida, con un pie adentro y otro afuera del discurso, saliendo, cerrando y apagando la luz (parafraseando a Charly García) de un relato que es una vida entera. Así veo, y así (y ahí) me sentí, viendo hacia atrás en el año y en la vida de Julian. Por más que se exponga, el arte de Julian es, y probablemente seguirá siendo muy íntimo. Años atrás Julian y yo hablábamos del conuco artístico, poniendo en nuestras propias palabras cuestiones acerca de la superación de la idea del triunfo artístico universal, de la consagración del artista. Sin quitarle méritos, me atrevo a decir que 365 es una obra que en su sentido más profundo y contundente sólo se llega a relacionar con esos personajes, esos fantasmas de esas fábulas que Julian ha construido alrededor de su propia vida y su propio ser, y digo esto desde la total incapacidad para extraerme, para distanciarme de él y de su proceso, pues siento que estuve ahí todo el tiempo. 365 es la elocuente demostración de la imposibilidad de simplemente registrar, de todas las ficciones accidentales que surgen de la imperfecta y afortunada mirada humana.

Estando en la inauguración de 365, viendo los rostros familiares de maestros, influencias, compañeros, amigos, (que de nada hubiera conocido si no fuera por Julian) como Marcos, Antonieta, Verónica, Lucía, Ignacio, con sus nombres de pila, con todo el peso de sus carnes, sus huesos, sus almas, me sentí como en Big Fish, en ese ritual de pasaje de Julian que parece decir: “Esto es todo un año, pero es sólo un año. Esto es toda una vida, pero es sólo una vida.”

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