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Wednesday, February 04, 2009

Tropico de Capricornio, Henry Miller




"Me vuelvo ligero, ligero como una pluma, y mi paso se vuelve más firmé, más tranquilo, más regular. ¡Qué noche más bella! Las estrellas brillan tan clara, serena, remotamente. No se burlan de sí precisamente, sino que me recuerdan la fatalidad de todo. ¿Quién eres tú, muchacho, para hablar de la tierra, de hacer volar las cosas en pedazos? Muchacho, nosotras hemos estado suspendidas aquí millones y billones de años. Lo hemos visto todo, todo, y, aun así, brillamos apacibles cada noche, iluminamos el camino, apaciguamos el corazón. Mira a tu alrededor, muchacho, mira lo apacible y hermoso que es todo. Mira, hasta la basura que yace en el arroyo parece bella a esta luz. Coge la hojita de col, sosténla suavemente en la mano. Me inclino y recojo la hoja de col que yace en el arroyo. Me parece absolutamente nueva, todo un universo en sí misma. Rompo un trocito y lo examino. Sigue siendo un universo. Sigue siendo inefablemente bella y misteriosa. Casi siento vergüenza de volver a arrojarla al arroyo. Me inclino y la deposito suavemente junto a los demás desperdicios. Me quedo muy pensativo, muy, pero que muy tranquilo. Amo a todo el mundo.
(...)
¿Mi casa? Pues, el mundo...¡el mundo entero! En todas partes estoy en casa, sólo que antes no lo sabía. Nunca hubo una línea divisoria: fui yo quien la creó. Camino lenta y dichosamente por las calles. Por las que todo el mundo camina y sufre sin mostrarlo. Cuando me paro y me inclino hacia un árbol para encender un cigarrillo, hasta el farol me parece un amigo. No es una cosa de hierro: es una creación de la mente humana, moldeada de determinada forma, torcida y formada por manos humanas, soplada por aliento humano, colocada por manos y pies humanos. Me vuelvo y paso la mano por la superficie de hierro. Casi parece hablarme. Es un farol humano. Está donde corresponde, como la hoja de col, como los calcetines rotos, como el colchón, como la pila de la cocina. Todo ocupa determinado lugar de determinado modo, como nuestra mente está en relación con Dios. El mundo, en su sustancia visible, tangible, es un mapa de nuestro amor. No Dios, sino la vida, es amor, Amor, amor, amor. Y en pleno centro de él camina este muchacho, yo mismo, que no es otro que Gottlieb Leberecht Müller."

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