Pepe había ordenado el reguero de hojas que se había ido acumulando encima del piano durante poco más de un año. Apilándolas todas era casi una resma entera de papel. Al volver de la sala hacia el rincón del piano las puso frente al profesor. Para Pepe ese acto era como una cuestión de borrón y cuenta nueva. Todo aquello apilado asi parecía un montón de hojas secas amarillas, marrones, anaranjadas, listas para meterlas en una gran bolsa negra con pala y rastrillo y dejarlas junto al árbol afuera esperando que algún día pasara por ella el ruidoso camión del aseo urbano, preferiblemente a las tres o cuatro de la mañana y al mismo tiempo que una ambulancia cruzara picando cauchos para alcanzar por la entrada de emergencia la clínica de enfrente.
Pepe había discutido un par de veces con el profesor el asunto de que no era lo mismo ser un excelente compositor y tener buen gusto. Sí, Pepe admitía que mucho del repertorio que el profesor le había ido sugiriendo y trayendo estaba muy bien pero que era terriblemente obvio y efectista. Pepe había entendido que él y el profesor nunca se pondrian de acuerdo en esos asuntos, así que siempre decía que se movieran a otra cosa. No recordaba cuántas veces había dicho que se movieran a otra cosa.
Esa tarde, apenas Pepe había dejado las hojas frente a la cara del profesor, este había malinterpretado todo, como era su especialidad. Empezó con una parsimonia que Pepe nunca le había visto a ninguna otra persona a revisar hoja por hoja y a ponerse a darle al piano. Era como si todo ese año se condensara y cayera con todo su peso de una sola vez en la paciencia de Pepe, que parecía residir en su pecho. El aire no hallaba como salir, violentamente por la nariz, la boca, los oídos. Pepe se fue a la cocina y seguramente el profesor ni lo notó. Trajo el pequeño pipote de la basura y arrancándole de los ojos el papelero al profesor lo tiró teatralmente en el pipote, como un basquebolista colgado y meciéndose en el aro, y dijo "movamonos a otra cosa."
Pepe había discutido un par de veces con el profesor el asunto de que no era lo mismo ser un excelente compositor y tener buen gusto. Sí, Pepe admitía que mucho del repertorio que el profesor le había ido sugiriendo y trayendo estaba muy bien pero que era terriblemente obvio y efectista. Pepe había entendido que él y el profesor nunca se pondrian de acuerdo en esos asuntos, así que siempre decía que se movieran a otra cosa. No recordaba cuántas veces había dicho que se movieran a otra cosa.
Esa tarde, apenas Pepe había dejado las hojas frente a la cara del profesor, este había malinterpretado todo, como era su especialidad. Empezó con una parsimonia que Pepe nunca le había visto a ninguna otra persona a revisar hoja por hoja y a ponerse a darle al piano. Era como si todo ese año se condensara y cayera con todo su peso de una sola vez en la paciencia de Pepe, que parecía residir en su pecho. El aire no hallaba como salir, violentamente por la nariz, la boca, los oídos. Pepe se fue a la cocina y seguramente el profesor ni lo notó. Trajo el pequeño pipote de la basura y arrancándole de los ojos el papelero al profesor lo tiró teatralmente en el pipote, como un basquebolista colgado y meciéndose en el aro, y dijo "movamonos a otra cosa."
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